“Esta noche mi amigo está en la platea más alta. Creo que estamos todos. Gracias por venir”. Con esa frase, dedicada su amigo Gustavo Cerati , comenzó su recital.
“Esta noche mi amigo está en la platea más alta. Creo que estamos todos. Gracias por venir”. Con esa frase, dedicada su amigo Gustavo Cerati fallecido hace menos de un mes, Richard Coleman se presentó anoche en el Teatro Opera para mostrar su muy buen disco “Incandescente”, repasar su carrera y tocar todos los vínculos que lo unen con el ex Soda
Coleman arrancó puntual, con saco, eternas gafas y la eléctrica al hombro, para guiar a un público numeroso a través de un viaje sensorial, una suerte de “road movie” capaz de recorrer -con belleza y sin facilismos- sus 30 años de carrera musical, muchos de ellos caminados junto a Cerati.
El espíritu de exploración compartida se mantuvo durante las casi dos horas en las que se extendió el recital que, tomando como base el collar de canciones de “Incandescente” (2013), su tercer trabajo solista, fue recorriendo paisajes emocionales, típicos de ciertas legendarias bandas que integró.
La versión desgarrada y en castellano de “Down by the river” de Neil Young fue la contraseña inaugural de una travesía caracterizada por la exquisitez y el sonido meticuloso pero intenso, donde el homenaje a su amigo fallecido cobró la fuerza de una presencia capaz de subrayar la entrega en el show.
Más allá de los cambios de guitarras que incluyeron la Nigrelli RCM, un modelo bautizado con las iniciales de su nombre y diseñado especialmente para él, la noche estuvo marcada con ese sonido despojado y poderoso, sello distintivo del músico líder de Los Siete Delfines, que fue desplegando diferentes colores.
Con Leandro Fresco como invitado en loops y teclados, el cantante en versión locuaz (“este es el Coleman bueno”, bromeó en algún momento del show) entregó un exquisito “Incandescente”, tema que bautiza el último disco, custodiado por sonidos de violas y violines, para luego llevar a los presentes hasta la desafiante intimidad de “Lo que nos une”.
La velocidad de “Normal”, fue festejada con gritos -Cerati es el guitarrista original de la canción incluída en su primer trabajo solista “Siberia Country Club” (2011)- y declaró un duelo guitarrerro con Gonzalo Córdoba, uno de sus secuaces musicales, de marcada presencia escénica.
La presencia de una ausencia logró que la sala ovacionara el tema siguiente “Caravana”, del disco “Ahí vamos”, al que presentó como “un tema que hicimos con Gus en 2005, él está viendo el show así que voy a tocar bien”.
El homenaje a su cómplice, el líder de Soda Stereo, pareció cristalizar en la desgarradora versión -él solo con su guitarra- de
“Estoy azulado”, aquella canción estrenada por ambos mientras integraban las huestes del grupo Fricción, cerca del ’87.
El clima de romántica melancolía -siempre intenso- dominó la travesía, generosa en guiños como la soberbia versión de “To bring you my love”, casi un himno, creado por la bella cantautora inglesa PJ Harvey, o su versión de “Héroes” de David Bowie, que terminó con el teatro coreando el estribillo como si fuera un mantra nocturno.
El frontman, promediando la velada, se paró frente a su tribu fiel de seguidores y afirmó, “acá hay gente de todo el universo, de todos los sótanos, de todos los cielos. Hay gente que me ha salvado la vida en esta pieza. Gracias chicos”.
Fueron palabras coherentes con su trayectoria surgida en el fragor de los 80, capaz de mantenerse gracias a la calidad de sus producciones, característica que se manifiesta en las letras de ciertos temas de Fricción, como “A veces llamo” y “Durante la demolición”, dos canciones celebradas en la oscuridad de su vigencia.
La capacidad de generar climas, adueñándose del escenario para conducir a los oyentes desde la ternura al vértigo, con escalas en la ironía, y el desafío de armar una lista de canciones “para no caer en obviedades”, se concretaron ayer.
Lucecitas colgantes y bastante oscuridad, como sucede en las mejores fiestas, signaron la acertada puesta de Sandro Pujía transformándose en el telón de fondo para que los soberbios músicos, además del citado Córdoba, Bodie en teclados y guitarras, el baterista Diego Cariola y Daniel Castro en bajo, entregasen su talento.
Alejandro Lerner -“a quien conocí en una parrilla, posta”- tocó teclados en “Cuestión de tiempo”, otra de las grandes canciones de su ultimo material, mientras que la dosis de sensualidad intrigante, otro sello Coleman, también estuvo presente.
Como muestra de la seducción, el cierre arriba y bien rockero junto a Daland de La Armada Cósmica, consiguieron subrayar la sensualidad de “Como la música lenta”, hechizo que también marcó a “Fuego” y a la eterna “Estás celosa”.”
“Otra vez estoy aquí, desfilando togas, en nombre del amor, sólo para vos…”, y con estas palabras de “Turbio elixir”, bis final de la velada, el público agradeció la calidad del camino compartido, mientras la sensación de que más allá de todo, Coleman lo hizo de nuevo, embriagó la noche con su cocktail de arte y pasión.