Había trabajado en la editorial Jorge Álvarez, en los diarios La Opinión y Página/12 y en los últimos años se desempeñó como asesora de la Secretaría de Derechos Humanos.
Coordinó el espacio de la ex Esma, ahora ocupado por diversos centros culturales volcados a la promoción de la memoria de los derechos humanos, pero que fue el mismo lugar al que fue llevado el cuerpo de Walsh tras ser asesinado en la calle mientras despachaba la denuncia en la que Lilia había colaborado, haciendo copias en una casa de la localidad bonaerense de San Vicente.
“Tuve muchos trabajos pero todos ligados a mi idea de transformar este mundo”, dijo hace unos años en un extenso reportaje para el canal Encuentro, donde no vaciló en considerar al escritor como “mi gran amor”.
Se habían conocido en 1967, cuando Walsh le firmó un libro de cuentos suyo y poco después esa atracción inicial los convirtió en pareja durante casi una década, en la que el autor de Operación Masacre habló de la relación con ella, su tercera mujer como “mi soldadura con Lilia”.
Juntos atravesaron la etapa en que el periodista dirigió el periódico de la CGT de los Argentinos, la militancia en el peronismo revolucionario de los setenta y las tras la “primavera camporista”, el pase a la clandestinidad.
En 1975, mientras el periodista ocupaba la responsabilidad en la estructura de inteligencia montonera, se “replegaron” en lo doméstico y alquilaron una casita en la localidad de San Vicente, donde Walsh se hizo pasar por un traductor y profesor de inglés.
Tiempo antes, fuerzas militares ya habían allanado otra casa que alquilaban en una isla sobre el rio Carapachay, en el Tigre, redescubierta por sus compañeros tras la restauración democrática.
Fumadora empedernida, no se cansaba de repetir que tras la muerte de Walsh y el arrasamiento de la generación militante que integraba había pasado años de desazón y exilio interno.
Pero que el curso político abierto en el 2003 -y en especial tras la derogación de las leyes del perdón- “me devolvieron las ganas de vivir”.
Recién en el 2010, en el segundo juicio por los crímenes de la Esma pudo declarar sobre el asesinato de su compañero y en ese momento exhibió ante el tribunal un documento histórico: unas hojitas amarillentas escritas 33 años antes en su máquina Lettera por Walsh, y replicadas con carbónico para ser enviadas a redacciones y políticos, los originales de la Carta Abierta a la Junta Militar .
A partir de las 21 y hasta mañana a 11 es velada en la sala Cortazar de la Biblioteca Nacional, y luego será trasladada a su ciudad natal, Junín, para ser sepultada.